El faro del final del mundo


Semana 12. Del lunes 19 de abril al domingo 1 de mayo
Habían pasado más de dos semanas que terminamos de ver, por última vez, paisaje de costa. El estrecho de Cook parecía muy lejano en nuestra inmediata memoria. Nos apremiaban las ganas de otear por la amura de babor la silueta del extremo sur del continente suramericano. Eran tantas las leyendas acerca de los riesgos y misterios del cruce del cabo de Hornos que inconscientemente la atención se nos acentuó en el permanente escudriñeo del horizonte intentando localizar tan singular paraje. Navegábamos con buen ritmo, unos 14 nudos y vientos portantes por la aleta de babor. Atalayón, también se le notaba tenso asomándose a su bauprés con la expectación del que espera conseguir uno de los hitos más señalados de la navegación. Yo, sin separarme de la rueda, alargaba el cuello mirando con insistencia hacia sotavento. Ya era noche cerrada, rodeados de la oscuridad más intimidante, escuchando el batir de las olas que rebasaban toda la cubierta y poniendo a prueba mi traje de agua continuaba manteniendo mi expectante silencio. El tensado de las escotas y el cimbreo de la retenida con su intimidador golpeteo me mantenían en vela permanente. Una decisión ingobernable por conseguir arribar al paso de Drake, la línea imaginaria que permitía el paso entre el cabo de Hornos, las islas de Diego Ramírez y las Shetlands del sur, me procuraba el invisible estímulo para conservar la lucidez del que se acaba de separar de su litera y se dispone a cubrir su jornada marinera con la mejor de las disposiciones. Envuelto en mis pensamientos, allí, a lo lejos, el parpadeo de una lejana candela nos anunció la proximidad del "faro del final del mundo". La Patagonia chilena debería estar amagada hacia la dirección luminosa. De repente, un descuido, un rolado del viento y un cambio inesperado de costado de la botavara me sacó del encantamiento que me había producido tan esperada visión y volver a recuperar el rumbo y gobierno de Atalayón.
  • ¡Ojito Trasmallo! que navegamos más cerca de los "sesenta aulladores" que de los "cincuenta furiosos" y todas las precauciones son pocas.
Miré el compás y efectivamente los 56 grados sur marcaban nuestro paralelo. Atalayón estaba alerta, como siempre, y ... no sé si para impresionarme o para sensibilizarme me dijo:
...en el Cabo de Hornos, el diablo está fondeado con un par de toneladas de cadenas que él arrastra, haciendo crujir sus grilletes en el fondo del mar durante las noches tempestuosas y horrendas, cuando las aguas y las oscuras sombras parecen subir y bajar del cielo a los abismos.
  • No me asustes Atalayón que los embates de estos vientos ya me amedrentan lo suficiente como para añadirle ahora al diablo como miembro de la compañía.
La linterna costera cada vez se nos acercaba más. Era el faro del cabo de Hornos, el lugar más meriodional habitado y conquista perseguida por todo aquel que se considere avezado marinero. Y era yo el que, ahora se encontraba abservando con orgullo el soberbio perfil de aquel promontorio chileno. La 1 y 5 minutos del jueves 28 y cuando la visión de la torre guía empezaba a retirarse hacia la aleta de babor Atalayón me sonreía y dijo:
  • Marinero, ¡Felicidades! Por tu primer cabo de Hornos. Ya puedes sentirte orgulloso de lo conseguido. Muchos perecieron en el intento y tú has sido capaz de superar los avatares que se presentaron en nuestro prolongado periplo.
  • Venga Atalayón, que si no es por tí no sé si habría sido capaz de llegar a Gibraltar.
  • No te restes méritos, baja al cuarto de derrota y en el cajón de la derecha de tu mesa de cartas marinas encontrarás un estuche. Tráelo y me muestras su contenido
Movido por mi curiosidad en un rápido movimiento me hice con aquel enigmática cajita.
  • ¿Que es, Atalayón?
  • Averígua y seguro que sabrás utilizarlo.
Abrí el misterioso cofre y apareció ante mis ojos un arete de oro que con un cierre de aguja mostraba su obligado alojamiento. Se trataba de un zarcillo. Mirándolo con entusiasmada avidez y atenazado por el generoso gesto de mi compañero solo supe decir
  • ¡Gracias! ¡Mil gracias!
  • Ese aro te distinguirá del resto de los mortales como el marino que supo cruzar el cabo de Hornos y sobrevivirlo.
  • Y. ¿en qué oreja me lo debo colocar?
  • En la derecha ya que tu drrota ha sido este – oeste. Ah! Y también gozarás de un segundo privilegio, según el libro de las leyendas marineras, podrás comer con un pie sobre la mesa, pero como, además has superado el cabo de Buena Esperanza, podrán ser los dos pies los que se apoyen en la mesa. ¡Enhorabuena! Ya has dejado de ser grumete, para convertirte en un experimentado marino.
Empequeñecido por tan inesperado homenaje me volví hacia la proa y con un vaso de vino brindé por mi fiel y generoso compañero y por conseguir completar aquella singladura que tanto nos estaba uniendo.
  • ¡Por ti! ¡Por nosotros!