Los vientos rugientes


Semana 11. Del lunes 18 de abril al domingo 24 de abril
Las hojas del calendario van cayendo y sin embargo no percibo el paso del tiempo como rémora por su diaria rutina, al contrario, me resulta un estímulo de lo alcanzado y sobre todo una referencia sustraída a lo que nos queda de regata. Nuestra marcha por este Pacífico Sur se caracteriza por vientos portantes que nos permiten navegar por encima de los 15 nudos y con puntas de hasta 20. Con este empuje mantenido conseguimos nuestra mayor distancia recorrida, hasta ahora, en un día, 461 millas náuticas. Este logro nos hace sentirnos satisfechos con el desarrollo de esta ambiciosa singladura.
  • Estarás contento, ¿eh Trasmallo? Un avance tan señalado nos está permitiendo escalar puestos en la clasificación. Y todo, sin dañar partes fundamentales de mi arboladura.
  • No me lo puedo creer. Se ve que el desmenuzado trabajo desde el cuarto de derrota sale a relucir con las marcas conseguidas.
  • De derrota y de cubierta. El buen marinero se forja enfrentándose al desconocido horizonte y a las inclementes olas. No todo se soluciona estimando un rumbo. La navegación se fundamenta en una valoración de los compañeros de singladura, mar y viento; la acertada conservación de los medios de navegación, velas, timón y aparejos; y la confianza en la Virgen del Carmen que nos ayude en los momentos difíciles.
  • ¡Qué bien cierto es lo que dices, Atalayón! Pero la despensa se te ha olvidado mencionarla como recurso imprescindible
  • Para eso ya estás tú, en quien confío, y...con lo que te gusta comer ya habrás procurado no nos falte de nada, siempre que los pertrechos se alarguen tanto o más que nuestra común aventura ¿no?
  • No te preocupes que se me fue la mano equipando la bodega y calculé previsiones hasta para cuatro meses. Que.. ¿no tardaremos tanto en amarrar en el puerto de Barcelona?
  • No, desconfiado. Anda, ocúpate de cazar la escota del spi y vete a proa a comprobar si están bien enrrolados los foques que escucho el tableteo de alguna boca sin fijar.
Confiando el rumbo en mi leal y sabio compañero me moví por cubierta dando un repaso a todos los aparejos antes de retirarme a cenar y descansar en mi litera. Fijé el piloto automático y después de desearle a Atalayón una noche sin sobresalto me bajé a la cocina y me cociné unos hoevos fritos con chorizo que llevaba días con ganas de saborearlos.
Echado sobre el colchón rememoré los acontecimientos que sucedieron los últimos días. Dos puertas habíamos franqueado: La de Nueva Zelanda y la del Pacífico Oeste. Tras esta última nos brindó la organización dos kits de reparación de velas adicionales. Sí estaba satisfecho con lo alcanzado y también cansado. Mañana ya será sábado y la puerta del Pacífico Este estará al alcance de nuestra proa. Y me dormí como un bendito
Serían las tres de la madrugada cuando un profundo golpetazo de Atalayón me tiró de la litera. El pantocazo no auguraba nada bueno. El rugido del viento se escuchaba por todos los rincones y los golpes laterales de las olas adrizaban y escoraban a un inofensivo Atalayón que hacía lo que podía para mantenerse estabilizado. Subí a cubierta y descubrí el desaguisado en el que nos encontrábamos. Lo urgente era darle un par de rizos más a la mayor que de nuevo se había rasgado y amenazaba con romperse por completo. Me volqué sobre la botavara y con la tensión de la vela era incapaz de enrrollarla.
  • Atalayón apróate al viento y libérame la mayor
En cuanto se destensó la mayor conseguí mi objetivo. Ahora tenía que arriar el spí y reducir el trapo. Aquella vela inmensa me costó recogerla y dejarla asegurada a la banda de sotavento. Todo esto sucedía en la mas negra de las oscuridades. Solo la luz de posición y tope así como la de los costados me iluminaban un poco el desafiante escenario. Como pude, me volví a la bañera y desenrrollé el forsail buscando reducir el trapo a lo mínimo. Y me hice con el timón para pelear con el rumbo estimado y aquel hacia donde me empujaban aquellos ingobernables vientos. Vimos amanecer en nuestra obligada pelea y aún estuvimos hasta media mañana alertas y expectantes ante aquel poderoso mar y deseando un poquito de "miramiento" al viento que nos amedrentaba. Eran vientos de fuerza 8, con rachas por encima de los 28 nudos, los que nos tuvieron a su merced y... gracias a Dios que lo podemos contar y así lo trascribimos en nuestra bitácora. Ahora algo más relajado el "ocurrente" Atalayón me pidió que le tarareara aquella habanera que tantos recuerdos les traía de sus antepasados. Solícito comencé a silbar "El meu avi"