La impaciente paciencia


Semana 15. Del lunes 24 de mayo al domingo 29 de mayo
Adormilado, indolente y estirado en la cubierte comprobaba como la mayor apenas se podía mantener tensada por la escasa brisa que apenas nos hacía mover del sitio. Mi desánimo, no podía disimularlo, era manifiesto, considerando que nos habían fijado una fecha para el cierre de la meta: el 3 de junio a las 12 h. finalizaba irremediablemente nuestra regata. Y pensaba peimista que con esta persistente encalmada no conseguiría divisar ni las costas canarias. El morro del cabo Rif no acababa de perderse de nuestro fijo horizonte.
  • Trasmallo, te noto decaído. No terminas de asimilar las frecuentes ausencias de viento de estas aguas. Sí, ya sé que tenemos fecha límite, pero verás como lo conseguimos
  • No sé cómo...
  • Con paciencia y convicción que ciertamente no son dos características de tu condición
  • Bueno, pues vale...
No tenía ganas ni de hablar y como me pasaba siempre, enmudecía y volvía a la lectura evasiva de una novela. Ésta, de Salgari, me trasportaba a los mares de Ceilán, con buscadores de perlas, príncipe destronado y maharajá sanguinario como principales ingredientes de su imaginaria trama. Al menos, pensaba, me retraía de la realidad y ese rato de lectura me permitía viajar por otras mares donde la fuerza de los remeros suplían al viento desaparecido por estas latitudes.
A mitad de semana algo de alegría noté en Atalayón anunciando que por fin había consiguido superar los cinco nudos y me animaba a conectar la radio para así animarme.
Escuchar una isa canaria y descubrir la silueta de las costas de la isla mayor de Gran Canaria provocaron se olvidaran los negros nubarrones de los días precedentes y comencé a izar spí intentando apoyar a mi compañero en la búsqueda insistente de nuevos rumbos y mejores velocidades.
Dejando por babor Fuerteventura, primero y más adelante Lanzarote y la Graciosa fuimos remontando milla a milla aquel pasillo en el que la ceñida era nuestra seña de identidad y ya, en el fin de semana, nos encontramos enfrentados con el embudo del estrecho de Gibraltar que se empeñaba en ponernos las cosas difíciles. Vientos débiles de poniente impedían nuestra progresión. En la madrugada del sábado al domingo se nos presentó una prueba de resistencia y astucia para conseguir traspasar esa puerta entre mares. Bordos breves y continuados fracasaban uno tras otro. La moral se iba extraviando lo mismo que las horas de sueño. Derrotado por tan escaso resultado, nos habíamos acercado hasta una veintena de millas del estrecho y durante tres horas sólo habíamos adelantado seis, decidí fijar rumbo al piloto automático y abandonar. Mis mermadas fuerzas me aconsejaron descansar en la litera, recuperar fuerzas y esperar que amaneciese con algo más de empuje.
La clara voz de Atalayón me despertó sobresaltado
  • Trasmallo que nos comemos la costa africana
Corriendo subí a la cubierta y sorprendido comprobé que los bajos de mi compañero andaban rozando la fina arena de una inmensa playa situada en la ribera marroquí, frente a Tarifa. Eran las nuebve y media de la mañana y con la adrenalina desbordante y el pulso desbocado izé todo el trapo diponible y giré todo el timón hacia nordeste. La presencia de una ráfaga significativa de viento que empujaba desde tierra nos permitió separarnos de aquella trampa en la que estuvimos a punto de caer. Sudoroso, intranquilo e inseguro ví, afortunadamente, como la playa se alejaba y el peligro de embarrancarse se desvanecía. ¡Menuda responsabilidad! Atalayón, silencioso, observaba mis raṕidos movimientos y cuando comprobó que su quilla ya andaba liberada, lejos de reprochar mi descuido, me felicitó
  • Bravo marinero te has portado como un veterano. Estas situaciones difíciles son las que nos van graduando en experiencia y seguridad.
  • No sabía ni lo que hacía. De verdad, Atalayón
  • No lo sabías... pero los actos reflejos acertados demuestran todo lo asimilado y la certeza de volverlos a repetir en situaciones similares.
Orgulloso de aquellos parabienes tomé la rueda y lentamente, con intención, muchas ganas y la ayuda de mi colega, alcanzamos la puerta de nuestro familiar Mediterráneo. Eran las 11h. y 32m. Cuando nos saludó el Peñón anunciándonos una buena singladura. Sonreí y continué manteniendo el rumbo. La tranquilidad se había restaurado.