Las dudas inevitables


Semana 17. Del lunes 30 de mayo al jueves 2 de junio
Otra vez en el Mediterráneo y con la permanente duda de alcanzar la meta antes del viernes 3. los vientos suaves de levante no favorecían el avance y tuvimos que arrimarnos a la costa en busca de un mejor ángulo de ataque de nuestro velamen. La presión era significativa y la velocidad insignificante
  • ¿Llegaremos, Atalayón?
  • Confía y ciñe lo mejor que sepas que yo empujaré todo lo que pueda.
Las palabras de ánimo hacían sobrellevar mi desánimo y ahuyentar los malos augurios. Eran esas consideraciones malévolas del pesimista las que me devolvían a mi mar de incertidumbres. La costa a la vista, no cambiaba su silueta lo que significaba que no andábamos demasiado sueltos. Justo eran las playas de la costa tropical granadina las que parecían retenernos junto a sus aguas. Una atraccción perversa, según mis intereses. Pero como en la mar no hay viento que permanezca indefinidamente, milla a milla bordeamos el cabo de Gata almeriense y enfilamos nororeste siguiendo la línea del levante peninsular. Cabo de Palos, la Nao y... de nuevo el viento de proa.
  • ¿Qué hacemos? Así no avanzamos.
  • ¡Vaya un compañero que me he negociado! Mira, Trasmallo, el mar es muy grande y nosotros muy pequeños. La estrategia es encontrar el espacio donde mejor bailemos considerando la oposición que nos presente nuestro medio de navegación. Verdad que hacia Ibiza ¿parece que pinta más favorable?
  • Sí... pero alargaremos nuestra derrota.
  • Y ¿si ganamos tiempo?
  • ¿Cómo va a ser a mayor distancia, menor tiempo?
  • Incrédulo, considera la tercera variable: la velocidad. Ésta sí que puede favorecer nuestros intereses.
  • Si tú lo dices. Hacia las Pitiusas vamos
Y girando la rueda enfilamos hacia el canal que formaban Ibiza y Formentera. El efecto fue dulcificador. Mayor velocidad, mejor promedio de millas y sobre todo una mejor disposición para encarar el final de nuestra larga aventura.
Descubiertos de la protección de la isla ibicenca escogimos un bordo con rumbo nornoreste dejando a estribor a la isla de Mallorca y con la mirada fija en la Ciudad Condal que ya nos la imaginábamos al alcance de nuestro próximo horizonte.
Y llego el miércoles y una borrasca alojada en el golfo de León nos enviaba vientos opuestos que impedían nuestra aproximación. No iba a ser fácil. Rumbo hacia las costas del Garraf intentando que el viento rolase algo más favorable para nuestros intereses, pero... ¡no! Insistía e insistía en la misma dirección. Tan cerca y no poder completar nuestra regata me ponía de los nervios. Y en una de las veces que desatendí la rueda del timón y buscaba la distracción intentando diluir mi profundo malestar, un aviso de mi callado compañero me sacó del ensimismamiento en el que me había sumergido.
  • Trasmallo, que nos tragamos toda la arena de la playa
Reaccionando de inmediato viré lo más rápido que pude evitando un embarrancamiento que hubiera dado al traste con todas nuestras ilusiones. Y llegó la media noche y el viento roló, y roló en la dirección que necesitábamos
  • Fíjate Atalayón. Con este viento, sí que llegamos al puerto de Barcelona
  • Eres como santo Tomás. Verlo para creerlo
Con la moral a la altura de la cofa del palo mayor fijé el rumbo y observé como el castillo de Montjuic cada vez se distinguía mejor. Las luces de la bocana comenzaron a señalarnos el paso franco hacia el puerto. Constantes, seguros y convencidos atravesamos la línea de meta cuando pasaban poco más de la media hora del nuevo día. Lo habíamos conseguido. Miré al cielo y una gaviota nos graznó a modo de saludo mientras mi compañero con un gesto de complicidad me quiñó un ojo y  preguntó con ironía
  • ¿Te gustó el crucerito?
Emocionado por lo que significaba lo conseguido, miré a mi compañero y solo me salió decirle
  • ¡Gracias, amigo!

Y esta fue la crónica anotada en el cuaderno de bitácora de Atalayón testigo de las aventuras y desventuras de dos compañeros, en principio desconocidos, que al final se convirtieron en señalados amigos.